Carta al poeta Oquendo de Amat. Por: Carlos Meneses

Poesía
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Reproducimos para este homenaje el presente texto de escritor peruano Carlos Meneses Cárdenas, escrito con motivo de la celebración del centenario del nacimiento del poeta Carlos Oquendo de Amat, en 2005.

Este texto fue originalmente publicado por su autor en la revista virtual Resonancias, N° 127 en el año 2005. Gentileza de la web: www.resonancias.org

Por: Carlos Meneses Cárdenas*

Crédito de la foto: Izq. www.omni-bus.com

Der. Archivo Carlos Meneses

Carta al poeta Oquendo de Amat

Estimado Carlos Oquendo de Amat, recuerdo que nos conocimos hacia 1945, cuando tía María Luisa Oquendo, tu prima, trajo a casa una antología de la poesía peruana realizada por Luis Alberto Sánchez, en la que se hallaban tres poemas tuyos. A partir de ese momento tuve la necesidad de conocerte mejor y algo logré en años posteriores. Sin embargo han quedado no unos cuantos sino muchos lugares oscuros que sólo tú puedes despejar. Por eso te escribo estas líneas. Aunque la verdad, y eso debes saberlo muy bien, la penumbra alimenta el mito y los seres como tú viven inmersos en él.

Las preguntas que necesito hacerte son muchas y variadas. Escribo con bastante desorden, no me he disciplinado y voy borbotando interrogantes de uno y otro tipo sin reunirlas por temas, cronológicamente o de otra forma mejor. Pero sabrás comprender que mi desorden proviene de mi ansiedad y la ansiedad difícilmente se cura. Recuerdo que el poema que más me impresionó hace más de medio siglo fue el titulado simplemente “Madre”, y que tras sus innumerables lecturas también fui agregando conocimientos sobre esa mujer presentada como la diosa de la ternura. Y, naturalmente, al recabar algunas noticias sobre doña Zoraida también recogía datos sueltos sobre ti. No se trata de desvelar tu corta vida de treinta años y once meses. Ni de perturbar la dulce calma de muchos de tus versos o la dinámica vibrante, casi explosiva de otros, los que recibieron la magnífica transfusión de la cinematografía. Tampoco de iluminar indiscretamente la amable paz de tu confinamiento en el recuerdo, destrozando la delicia de que gozas de poder ver la realidad mundana desde la distancia infinita en la que te encuentras. Comprenderás, todo surge de mi incompetencia para alcanzar una buena investigación. No es curiosidad vacía, ni deseo de crítica de tu gran obra diminuta. Es lo que se llamaría necesidad de abrir caminos hacia los contornos de la verdad. Ya sabemos que llegar al centro, al eje mismo de la verdad no es posible, que ninguna verdad se da tan fácilmente, la verdad total y profunda siempre ha sido y será reacia a comunicarse con el ser humano. Permíteme que al hacerte las preguntas incursione por regiones divagatorias. Pasé por canales, túneles, galerías, que me alejan de tu realidad, de tu hermosa quietud en la memoria general. Por ejemplo, me emociona imaginar las dolorosas escenas vividas entre tú y tu madre. Una vivienda oscura, tétrica en un barrio desolado de Lima. La soledad desprendiéndose de esas copas de alcohol que ella iba ingiriendo. La pobreza emanando hasta de las paredes como una descarga de metralla que acribilla a dos seres indefensos. Ella, tu madre, una mujer aun joven que va cediendo físicamente por el tormento de la viudedad, la escasez económica, el roer de sus pulmones por la tuberculosis. Tú, un adolescente provinciano perdido en la capital. Un joven soñador que se niega a abrir los ojos a la realidad. La belleza de la madre, la pureza del hijo manchadas de miseria. Y en ese cubículo negro y atormentado se oye tu voz como la de una hermosa ave canora diciendo: “Un cielo muere en tus brazos y otro nace en tu ternura”. ¿Cómo conjugar el horror y la belleza?. Tú estás pensando en ella dos o tres años después de esos aciagos momentos, cuando ya estas completamente solo, viviendo de pensión de mala muerte en pensión de última categoría. Y se te vuelve a escuchar: “A tu lado el cariño se abre como una flor cuando pienso”. Qué poder magistral el de la ternura. Se mantiene sin mácula, intacta aun dentro de la peor desgracia. Has pensado en ella, has retrocedido tres años para volver a los Barrios Altos de Lima, a la vivienda húmeda y oscura, y sobre todo a ella dominada por la dipsomanía y la tuberculosis, el gran enemigo de la familia. ¿Y qué has visto? No ese vivir tumefacto de los pobres que más tarde te impulsaría a luchar contra los desniveles económicos que te rodeaban, viste con tus ojos de eterno niño que de sus manos volaban palomas blancas, y le dijiste emocionado: “ Porque ante ti callan las rosas y la canción”. Es impresionante cómo podías ver la dulce faz de la ternura, captar la dimensión del cariño maternal. Seguramente también sentir el delicado beso de ella sobre tu frente o la calidez de su mano resbalando por tus cabellos. Es como poder ver nítidamente las cosas y las personas dentro de la más rotunda oscuridad. No llego a aceptar plenamente la cronología de los dieciocho poemas que conforman tu único libro. Hay algunos de los fechados hacia 1923 que más parecen pertenecientes a los realizados en 1925. Tal los casos de “Cuarto de los espejos” o “Poema del manicomio”. La angustia que desprenden, el temor a la vida que emanan algunos de sus versos, tienen la contextura del pensamiento de un hombre mayor de 18 años. Te estás sintiendo acorralado en Lima, asfixiado, sin poder escapar de la trampa en la que has caído. Por eso preguntabas: “¿dónde estará la puerta?”. ¿Por eso hablas de “ser de madera”? Un ataúd negro sobre el que caen “hachazos de tiempo”.

Sólo cuando leí “Poema del Manicomio” comprendí cómo pudo ser tu vida de joven huérfano en plena Lima que en comparación con tu Puno natal debía parecerte una metrópoli europea. Te asustaba todo. Te parecía que esa ciudad era un inmenso manicomio. Como si tras un sueño plácido despertaras en el corazón de la pesadilla y ese brusco cambio te hubiera hecho exclamar: “Tuve miedo / y me regresé de la locura”. Verdadero pánico de convertirte en “una rueda / un color / un paso”. La ciudad devora, tritura, uniforma. Comprendo tu actitud, cómo permitirle eso. No podías aceptar ser uno más. ¿Y tu sensibilidad? ¿ Y tus sueños deliciosos? ¿Y el tesoro de un mundo especial sólo para ti? No podías soportar ni el terror que te daba esa maquinaria de ruidos y movimientos esquizofrénicos, ni la amenaza de ser absorbido por un aparato insensible como ese. Pero esa locura agresiva que te hizo retroceder hasta tu ciudad serrana perdió sus rasgos de hostilidad, entiendo que la dominaste como se domina a una fiera. Como pretendiste dominar el hambre o las distancias que separan el Perú de la distante Europa.

http://www.vallejoandcompany.com/lima-la-horrible-de-ssb-por-paul-firbas/

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